De la mano de Contracorriente Films llega a España la comedia dramática Aprendiendo a Conducir, de la directora catalana Isabel Coixet. Se trata de una película de encargo, de producción norteamericana, ambientada en Nueva York que ya fue proyectada en España en el reciente festival de Málaga, fuera de concurso, donde la realizadora barcelonesa fue premiada por su trayectoria. Aparte de esta premiére española, la película se había presentado con anterioridad en el festival de Toronto donde obtuvo muy buena acogida de crítica y público.
El filme nos cuenta la historia de Wendy (interpretada por Patricia Clarkson) una escritora en edad madura de Manhattan que decide sacarse el carnet de conducir en un momento en que, muy a su pesar, su matrimonio se disuelve. Para ello toma clases con Darwan (interpretado por Ben Kingsley) un refugiado político hindú de la comunidad sij que se gana la vida como taxista e instructor en una autoescuela.
Sobre la base de un guión de Sarah Kernochan, el argumento está basado en la historia real de la escritora del New Yorker Katha Pollit quien, como la protagonista, fue abandonada por su marido por una alumna y en ese momento decidió aprender a conducir, lo que le sirvió como una especie de catarsis personal para reorientar su vida.
A partir de este planteamiento, en el desarrollo de la historia se va estableciendo un claro paralelismo en las vicisitudes vitales de sus dos protagonistas, que van trabando amistad en sus clases de conducción, y que poco a poco irán profundizando en el conocimiento de sí mismos y del otro. El titulo original en inglés “Learning to Drive” hace referencia también al doble sentido que es el mensaje de la película: abrirse a las segundas oportunidades ante las dudas que surgen de las situaciones personales críticas, saber retomar las riendas y aprender a conducir de nuevo la propia vida.
Lo mejor del filme es sin duda las estupendas interpretaciones del dúo protagonista, que ya trabajaron con Coixet en su película “Elegy” (2008) Ben Kingsley y Patricia Clarkson. Kingsley vuelve a demostrar una vez más que es todo un animal interpretativo encarnando de forma impecable al honesto y justo Darwan, un asilado político apegado a sus costumbres, que tiene que lidiar con dignidad contra los prejuicios raciales y culturales, y que siendo soltero se enfrenta a la necesidad de encontrar a una mujer que le haga feliz. Al hilo de este personaje, la película aprovecha para hacer un esbozo de la vida de la comunidad sij en la ciudad neoyorquina.
Igualmente impecable es la interpretación de Patricia Clarkson, en el papel de la intelectual en edad madura totalmente desorientada tras la repentina ruptura matrimonial, que pretende aferrarse aún a un pasado que se le va de las manos, y a la que afloran todas sus dudas e inseguridades. Es sobre Wendy sobre la que basculan los mejores gags cómicos de la película y los instantes más dramáticos. No obstante, se echan en falta más momentos de comicidad a los que las situaciones de los personajes se hubieran prestado, y en este sentido el guión se quedaría corto en hallazgos cómicos dejando la sensación de cierto desaprovechamiento.
De la misma manera, llega un momento en que la cinta adolece de cierta falta de ritmo, principalmente hacia la mitad del filme, donde la historia parece ir dirigida a ahogarse en cierto exceso de intimismo típico de la cineasta que la dirige, y ello pese a contar con la montadora ganadora de dos oscar Thelma Schoonmaker con la que, según nos indicó en las entrevistas realizadas a propósito de la presentación en el festival malagueño, se había contado específicamente para dar el ritmo de comicidad requerido al filme. Afortunadamente ese bache se remonta pronto, y la película termina avanzando satisfactoriamente hacia un final brillantemente realista y positivo.
En definitiva, el filme afortunadamente no es pretencioso, pero no por ello deja de tener un discurso moral, un discurso que se traduce en un mensaje abierto, realista y respetuoso que el espectador termina agradeciendo.
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Conclusión de Aprendiendo a Conducir
La película no es pretenciosa, y su aparente sencillez es su mejor virtud. Se trata de un filme de tono ligero, una comedia amable con tintes dramáticos bien orquestada en la que la excelente interpretación de sus protagonistas nos deja un poso optimista, bastante alejado de los mensajes transcendentes y almibarados a los que la filmografía de la directora barcelonesa nos tiene acostumbrados.