La RAE entiende por arte, en una de sus acepciones, “manifestaciones de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Esto, por supuesto, no sienta cátedra por mucho que quiera la Academia. Si bien llevamos muchos siglos intentándolo, a día de hoy todavía nadie puede definir correctamente qué es Arte y qué no lo es. Lo que sí que podemos decidir es qué puede formar parte del Arte y qué puede ser un nuevo Arte.
¿Quién puede decir que los videojuegos no son, entonces, una forma particular de Arte? Una serie de personas se reúne con la intención de crear una aventura, un mundo, en el que existe una comunicación, una transmisión de emociones, un intercambio de visiones mediante las cuales, para bien o para mal, se interpreta una realidad. Todo ello no sólo se adereza con los ya mencionados recursos plásticos, lingüísticos o sonoros, sino que, aparte de que actúan los tres al mismo tiempo, se incluyen otros como el táctil (véase el caso de Wii) o, por supuesto, el interactivo.
Dejémonos de dramatismos y de poner el grito en el cielo cuando una u otra obra digital no respeta tales o cuales cánones. Como obra de arte que es, un videojuego puede levantar diversos tipos de opiniones, a favor o en contra, pero no podremos nunca negarle su intención de difundir unos determinados conceptos, una cultura y lo que es más importante, una interactividad inherente.
Los videojuegos, más que cualquier otra actividad, colocan al receptor en el centro de la acción, asignándole un rol, dotándolo de un control incomparable sobre la obra misma. Podríamos decir que un videojuego es una entidad proteica, esto es, un ser maleable, que cambia de una forma a otra según las necesidades y posibilidades establecidas para con su destinatario. Ninguna otra obra, ya sea escrita, pintada o esculpida, así como compuesta, puede rivalizar con un medio en el que nosotros mismos somos sus auténticos protagonistas, mientras que la figura del autor o autores es dejada a un lado para pasarnos el testigo en cuanto a la acción. Simplemente somos, y no es decir poco, receptores y emisores en una misma situación, en un entorno digital que nos envuelve y nos moldea junto con nuestro personaje para que así cumplamos unos objetivos.
Pero aparte de que un juego pueda generar algún tipo de opinión a favor o en contra de él, el videojuego va más allá, pues podemos llegar a aprender de él. Por supuesto, no nos equivoquemos, una cosa es la vida real y otra muy distinta la virtual. Pero ¿acaso no es verdad que los videojuegos pueden hacer que seamos competentes y eficientes en nuestra vida? No es que nos vayan a convertir en personajes propensos al peligro, por supuesto que no. ¿Acaso la vida no es la consecución de unos objetivos a partir de unas determinadas premisas? Bien es verdad que la vida es eso y mucho más, pero ¿no nos pueden facilitar las cosas los videojuegos? Es decir, si yo tengo unas determinadas cosas, ahí entra en juego el rol del personaje principal de nuestra vida, o sea, nosotros mismos: tenemos que conseguir por determinados medios aprobar un examen, salir con una persona, convencer a alguien, comprar objetos. Partiendo de esta idea, el videojuego ayuda a simplificar nuestra mira y, por ende, nuestra vida. Para conseguir tal fin necesito esto, esto y lo otro, pues manos a la obra, justo como en un videojuego. Eso sí, no esperemos de la vida que las cosas sean tan instantáneas como en un videojuego. Pero tiempo al tiempo.
Otra de las facetas que siempre me ha llamado la atención, es la función terapéutica del videojuego. No nos llamemos a error con esto. No se trata de decirle a un videojuego donde nos duele para que nos recete cualquier medicación, aunque como ya he dicho “tiempo al tiempo”. La función terapéutica que aquí expongo consiste en la creación, en un futuro, de sistemas de realidad virtual con la capacidad de producir un entorno apropiado para nuestros gustos. Así pues, podemos tener una doble vida en el mundo digital, comprarnos ropa, incluso comer, ir al médico, salir a la discoteca, estudiar, etc. Exacto, tener otra vida distinta a la que tenemos. Menos real, puede ser, pero tan jodidamente real a la hora de la verdad que deberíamos distinguir entre una realidad A, la nuestra y una realidad B, la creada. ¿Por qué no crear una realidad virtual para tratar a los asesinos en serie, psicópatas, criminales en general en la que puedan llevar a cabo sus fechorías? Tendríamos al engendro de turno metido en una celda de cualquier prisión, lo conectaríamos a nuestro aparato de realidad virtual y ahí dejaríamos que tuviera orgasmos binarios y sanguinarios con cualquier tipo de acciones. ¿Acaso no nos puede favorecer un sistema de videojuegos a la hora de “limpiar” nuestra sociedad? Le damos lo que quieren y obtenemos lo que necesitamos. ¿Y si, por otro lado, pudiéramos ayudar a esas personas ancianas creándoles un ambiente de tranquilidad en un mundo de estrés como el de hoy? Entonces, algunos no, muchos mirarían a los videojuegos con otros ojos.
Otro de los aspectos es la capacidad que tienen de cambiar lo que somos. ¿Qué es lo que siempre es común en todos nuestros viajes?, como decían en la película de Desafío total. Pues nosotros, claro. Nosotros somos siempre los mismos en todos nuestros viajes. Pero ¿por qué tener que ser nosotros mismos en todos ellos cuando podríamos hacer un viaje como millonarios, modelos, escritores o músicos? ¿Por qué no entrar en una realidad en la que podemos ser un espía, una cazatesoros, una mascota parlante o un espartano con ganas de tocarle las pelotas a los mismísimos dioses?
Creo que con esto podemos afirmar rotundamente que los videojuegos forman parte de la actividad artística. Y si a alguien no le gustan pues con no jugarlos es suficiente. Yo, por ejemplo, no escucho la música que no me gusta, pero entiendo que deban existir otros tipos de manifestaciones dentro del arte.
Los videojuegos, y es innegable, se han convertido ya, a día de hoy, en obras de arte para las cuales nosotros, los jugadores, somos los auténticos artistas.