Si hay algo que se le puede reconocer a Damian Chazelle es que es un director valiente, y digo esto desde la perspectiva de alguien que fue a ver su anterior película, Wiplash (2014), animado por un amigo sin tener muy claro qué iba a ver y se encontró con una grata sorpresa: uno de los mejores guiones del año y unas portentosas interpretaciones. Sus dos actores protagonistas eran, un por aquel entonces semidesconocido Miles Teller, y un soberbio J.K. Simmons (interpretación que le valió un oscar) en los papeles de alumno prodigio y mentor que le aprieta hasta llevarle a los limites de la extenuación. En esa película descubrí en Chazelle no solo un gran guionista, sino un director de una elevada sensibilidad musical, en la que a través de planos cortos y un uso ejemplar de luces y sombras mostraba toda la furia de un batería al que la música le brotaba de las manos de forma innata.
Digo que es valiente porque todas esas virtudes las vuelve a poner en práctica en este su segundo largometraje titulado La La Land, que nos llega con el sobrenombre de «la ciudad de las estrellas», y que parte como una de las favoritas en la carrera de los Oscars, después de haber arrasado en los Globos de Oro tras ganar los 7 premios a los que aspiraba. Esa valentía la muestra en mi opinión, porque tras la grata sorpresa que supuso Wiplash me interesé por saber cuál iba a ser su siguiente largometraje y descubrí que se iba a atrever con el musical, un género muy denostado en los últimos años y del que es muy fácil criticar argumentando que está pasado de moda y que las contadas excepciones en las que se incurre desde hollywood siempre tiene como objetivo amasar premios y el aplauso de la crítica sin arriesgar. Todos estos comentarios no son míos, sino que los he leído en opiniones de diversos foros de cine y a mi punto de vista son equivocadas. Porque al igual que sucedía con Moulin Rouge, Chazelle innova en el género.
La La Land es una oda de amor a una forma de hacer cine del Hollywwod clásico, pero lo hace jugando con las herramientas propias del género y transformándolas. Así Chazelle nos cuenta la típica historia de amor de chico conoce chica, chico se enamora de chica, chico pierde chica… y lo hace siguiendo todos los cánones establecidos en una historia tan llena de nostalgia y clasicismo que la hace una experiencia memorable para cualquier cinéfilo que encontrará múltiples referencias a los musicales. Así las vemos en sus números, sus secuencias y sus coreografías (una muestra en mi caso fueron las escenas de baile de la pareja protagonista que me recordaban a las propias de Fred Astaire con Leslie Caron en «Papa piernas largas» -1955- o Eleanor Powel en «Melodias de Broadway» – 1940- o cualquiera de las secuencias de Gene Kelly en «Un americano en Paris» -1951- , ciudad que por cierto en otra referencia cinéfila tiene relevancia en la trama de la película).
Chazelle se muestra más interesado en los personajes y en la historia llena de homenajes y referencias cinéfilas (Ingrid Bergman es una constante en la película, así como el personaje secundario que suponen los estudios de cine en los que trabaja Emma Stone) para convertirla en una reflexión sobre la frustración por las ilusiones fallidas en el mundo del espectáculo. Desde aquí el director se balancea en los esquemas de la comedia romántica sin caer en la ingenuidad de la mayoría de las propuestas que nos suelen llegar de este género, y además se permite sacarle todo el jugo a la misma para desplegar una mirada ácida y crítica al mundo del espectáculo.
El director innova porque tras unos primeros treinta minutos muy doctrinales, en el que los números musicales están muy bien coreografiados eso sí, nos hacen pensar que vamos a encontrarnos con un musical meloso del montón. A partir de ahí Chazelle nos despierta del sueño, en una antítesis de las bellas historias de antaño a las que homenajea, para mostrarnos con la mayor dureza que la película le permite una historia sobre soñadores, nostalgia, amor, persistencia…todos ellos hilados con maestría gracias a la labor de sus dos estrellas protagonistas Emma Stone y Ryan Gosling. Ambos dejan atrás sus limitaciones vocales y con sus impecables actuaciones dramáticas elevan la película, es en sus silencios y sus planos cortos en las que las sombras se funden con la luz de sus siluetas y sus gestos en donde la película triunfa, y donde Chazelle se muestra más cómodo enlazando con su anterior película donde también se mostraba como un maestro en el uso de los planos cortos. Así en La la land al final lo que recordamos horas después de su visionado son las escenas centradas en la pareja protagonista y en sus momentos de soledad (sin desmerecer sus números de baile, como ya he mencionado, con coreografías de claquet dignas herederas de las clásicas de Astaire y Kelly).
Conclusiones de La La Land
En definitiva estamos ante una película que es una mezcla de clasicismo y modernidad, de ensoñación que la convierten en un film de una belleza que conmueve, confirmándonos a Chazelle como uno de los directores jóvenes con más futuro que nos presenta sin lugar a dudas, una de las películas del año.