Tratando de emular el fulgurante éxito de la brutalmente simpática Relatos Salvajes, producción del 2014 que se convirtió por méritos propios en uno de los más vistos y afamados triunfos del cine argentino, se estrena en las salas españolas El espejo de los otros. La película fue estrenada en 2015 en su país de origen pero no es hasta ahora que llega a las salas españolas de la mano de las distribuidoras A Contracorriente Films y de Sherlock Films.
El espejo de los otros está escrita, producida y dirigida por Marcos Carnevale en lo que sería su sexta película como director. De su filmografía lo más conocido en España, quizás por tratarse de coproducciones, son la comedia “Almejas y mejillones” (2001), o el muy meritorio drama otoñal “Elsa y Fred” (2005).
La acción se desarrolla en un único escenario, el Cenáculo, un restaurante de Buenos Aires ubicado en las ruinas de una catedral gótica abandonada, un imponente establecimiento casi fantástico que transmite sensación de irrealidad y donde rige la regla de que sólo se sirve una cena por noche en una única mesa.
Con esa ambientación, el espectador asistirá al desarrollo de cuatro particulares cenas donde se pondrán sobre el mantel encuentros y desencuentros, juicios, amores y reproches entre sus protagonistas. Los dueños del establecimiento serán testigos, a veces indiscretos, de lo que va aconteciendo y terminarán sincerándose sobre sus propios problemas e inquietudes en una quinta cena final.
Por su estructura y nacionalidad va a resultar inevitable la comparación con Relatos Salvajes, aunque realmente poco tiene que ver con el film de Damián Szifrón. Quitando la gran calidad de los intérpretes argentinos, El espejo de los otros no se le asemeja para nada en el resto, pues mientras que aquella resultaba fresca, exagerada y divertida, ésta viene a ser por lo general pretenciosa, aburrida y triste.
El film se anuncia como comedia dramática, pero es mucho más drama que comedia. Los momentos realmente cómicos aparecen con cuentagotas, predominando en cambio los dramáticos con diálogos intensos y hasta grandilocuentes, cuya temática aborda el desencuentro, la frustración por el paso del tiempo, el despecho o la decepción por el incumplimiento de las expectativas en el otro. Tema al que hace referencia el título tomando una cita un tanto forzada de Jorge Luis Borges.
Podemos incluso decir que es una obra mucho más teatral que cinematográfica puesto que se desarrolla prácticamente en un único espacio y está basada casi en exclusiva en los diálogos de sus actores, aunque aderezados -a veces para relajar la supuesta tensión dramática y otras veces para intensificar la misma- por excelentes temas musicales que amenizan en directo a los comensales.
Desde luego para quien busque la risa fácil y la acción no es esta la película recomendable, como tampoco lo es para un público juvenil y vital pues el filme está dirigido hacia un target maduro y otoñal más preocupado por reflexionar sobre el pasado que en mirar hacia el futuro.
No dudo de la buena intención de su director, pero si como decía Polanski “el cine debería hacerte olvidar que estás sentado en una sala de cine” esta máxima no se cumple en esta película, en cuyos 120 minutos de duración hay momentos puntuales intensos y emotivos (especialmente nos ha gustado el segundo episodio, el de reencuentro de los amantes tras 25 años separados), pero en la mayoría de su metraje resulta tediosa y presuntuosa, el desenlace de las historias te sugiere por lo general indiferencia y termina provocando algo que no debería ocurrir nunca en una sala de cine: que te encuentres mirando de vez en cuando el reloj.