“La vida es un cuento contado por un idiota, llena de ruido y furia, que no significa nada”, ésta seguramente es la frase más celebre de esta famosa tragedia compuesta por William Shakespeare hacia 1606, una de las obras más conocidas del inmortal dramaturgo inglés, objeto de innumerables adaptaciones teatrales, operísticas, cinematográficas y televisivas. Por eso al conocerse que en 2015 como uno de los estrenos cinematográficos más esperados del año tendríamos una nueva producción británica de la tragedia shakespeariana, lo primero que te viene a la cabeza es si esta versión no sería algo así como un cuento postmoderno lleno de ruido y furia pero de vacío contenido como últimamente viene ocurriendo con muchas adaptaciones.
Estamos ante un clásico de la literatura y del teatro, que además se convirtió en clásico del cine tras las memorables adaptaciones de Orson Welles en 1948 (en una versión expresionista y teatral), de Akira Kurosawa en 1957 (quizás la mejor versión, en un estilo elíptico casi desprovisto de diálogos pero con toda la expresividad del genio japonés) o de Roman Polanski en 1971 (inolvidable la escena del prólogo con las brujas en la playa). Ante semejante material y con estos antecedentes toda precaución no es poca, máxime cuando el director de esta nueva versión es el australiano Justin Kurzel cuyo bagaje anterior no es especialmente conocido ni brillante. Si además advertimos que Kurzel va a ser el director de Assassin’s Creed, adaptación para el cine del popular videojuego que se espera para 2016 y que aborda una temática en principio muy diferente a la de Macbeth, no es de de extrañar que la primera actitud sea de cautela.
Afortunadamente el riesgo latente de convertir esta profunda obra dramática en un videoclip para adolescentes despistados queda conjurado, y desde el inicio nos congratulamos de encontrarnos ante una obra seria y contundente. Justin Kurzel con la inestimable ayuda de sus intérpretes, del equipo de fotografía y del diseño de producción consigue algo que a priori no era nada fácil: que la nueva adaptación de la más vigorosa de las tragedias de W. Shakespeare alcanze el notable alto.
Recordemos la historia: Macbeth (Michael Fassbender) es un noble de la Escocia del siglo XI que tras su victoria en una batalla decisiva se gana el favor del benévolo rey Duncan (David Thewlis). Cuando regresa junto a su compañero Banquo (Paddy Considine) encuentra en el camino a tres brujas que les profetizan que Macbeth acabará siendo rey y que su amigo será padre de reyes. Esta visión despertará en Macbeth sus ambiciones, lo que unido a la presión que sobre él ejerce su mujer (Marion Cotillard) le harán concebir la idea de asesinar a Duncan. A partir de ese momento la traición, el asesinato, el peso del destino, las dudas y los remordimientos serán los hilos que conducirán las vidas de Macbeth y Lady Macbeth.
Lo que convierte en inmortal la obra de Shakespeare son los temas universales que trata: la ambición desmedida que lleva hasta la traición y, como consecuencia de ellas, los sentimientos de culpa y remordimiento. Paralelamente se aborda la fatalidad del destino humano, y de forma latente un tema siempre actual como es el de la corrupción y la manipulación por alcanzar el poder. Macbeth sucumbirá a la tentación de la ambición, pero aún así dudará y se debatirá, conservando siempre en su remordimiento atisbos de su original nobleza en medio de los crímenes a los que se va viendo arrastrado por el destino. En este punto las interpretaciones son cruciales para que el espectador logre entender los conflictos interiores de los dos principales personajes. Y la elección de Michael Fassbender en el papel principal no puede ser más acertada: el actor irlandés nacido en Alemania es una de las estrellas del actual firmamento cinematográfico por físico y por talento, y en esta ocasión se afianza en ese olimpo al saber construir un Macbeth entre heroico y perturbado por sus excesos, que se debate y lucha entre sus deseos y sus remordimientos avanzando inexorablemente hacia su trágico final. En ese camino le acompañará una lady Macbeth encarnada de manera no menos contundente por la maravillosa Marion Cotillard que representa primero la manipulación y luego el remordimiento y la locura.
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En la construcción de este ambiente trágico, adicionalmente a las interpretaciones de los protagonistas, acompañados por un elenco de profesionales secundarios que realizan su labor también de forma impecable, hay dos elementos que enaltecen la obra y la convierten en un producto visualmente impresionante e impactante: la fotografía y el diseño de producción. Adam Arkapam, director de fotografía, logra que el visionado de esta película sea toda una experiencia: en los exteriores nos hace sentir cómo sería la vida en la gélida Escocia del siglo XI con una fisicidad que hace casi percibir la niebla o el frío. En los interiores los encuadres, las luces y las sombras, nos facilitan la identificación con las turbaciones psicológicas de los personajes.
En fin, con el Macbeth de Justin Kurzel asistiremos a toda una experiencia visual. Pero no olvidemos que estamos ante una obra de Shakespeare en esencia teatral, donde predominan los monólogos y declamaciones de los personajes de gran intensidad literaria, poética y filosófica. Hay una intención clara por parte de director y guionistas de no pervertir este aspecto fundamental de la obra, las licencias que se toman –como las batallas o el avance final del bosque de Birnam- son estéticas pero no argumentales y es conveniente advertirlo porque es posible que a algunos espectadores ciertos pasajes se hagan densos y hasta áridos. Es aconsejable por ello conocer bien la trama y estar familiarizado con la esencia de la obra para disfrutar plenamente del espectáculo estético e interpretativo que nos propone este filme.
Lo peor: cierto riesgo de aburrimiento para el espectador menos familiarizado con Shakespeare ante la densidad de los monólogos y escenas puramente teatrales.
Lo mejor: la fotografía, la ambientación y las interpretaciones de Fassbender y Cotillard hacen de este Macbeth una obra potente en consonancia con su alma trágica.