Desde que empecé a esto de jugar a los videojuegos, hace exactamente 18 años, me he considerado muy jugador y seguidor de aquellos arcades competitivos que se tiende al enfrentamiento directo con un rival, desde los deportivos clásicos de fútbol o baloncesto hasta las glamorosas batallas Pokemon.
Pero sobre todo, y eso es algo que ha perdurado, he sido un player incondicional de los juegos de lucha. Cantidad de horas echadas en antiguos Virtua Fighters que cayeron en el olvido, Killer Instinct en la primera GameBoy que no los ha jugado ni dios, Dragon Balls de PSX que eran horribles pero, ¿quién se negaba a jugar dada la fiebre Dragonbolera del momento? Mortal Kombats en los que, junto a un@ compañer@ de batalla, se le intentaba encontrar algún sentido a su ortopédica jugabilidad, la ilusión de jugar con Gon recién desbloqueado en el magistral Tekken 3 y el primer amor para muchos, Bloody Roar.
Seguro que a much@s como yo les sonarán este tipo de recuerdos y un sinfín más como propios de una infancia pasada en la que un@ intentaba desentrañar los entresijos de la compleja jugabilidad de este tipo de juegos, donde tecnicismos que ahora vemos tan normales, como puede ser un reversal, antes nos resultaba algo incomprensible, pero no le dábamos tanta importancia con tal de aporrear botones y demostrar estar más duchos que nuestr@ colega de combates.
También los videojuegos nos educan. Al igual que otros medios visuales como el televisor o el cine, somos lo que vemos y eso se demuestra a la hora de ser más o menos tolerantes con ciertos temas o de elaborar opiniones propias sobre asuntos de índole más social, como por ejemplo, este asunto últimamente bastante tratado en la industria del gaming, hasta tal punto que escuchar hablar de ello se torna soporífero, el sexismo en los videojuegos.
No digo que no se pueda entrar en discusión sobre para que género target esta dirigido el producto, se DEBE hablar y opinar porque, ante todo, el público es el que decide lo que compra y, por tanto, el que marca las tendencias y el que se deja engañar por estas grandes comerciales.
Pero es que desde hace un par de años aproximadamente, esta deliberada lucha intermitente sobre los derechos de uno de los géneros para mejorar la igualdad social parece haber estallado de forma exagerada mientras jugaba tranquilamente con el mando de la consola. Parece ser que ahora hay sexismo por todos lados, hasta debajo de las piedras. Los píxeles son productos para machistas y si te atreves a decir lo contrario, tú también lo eres.
¿Y qué tiene que ver el machismo/sexismo con lo anteriormente mencionado? Muy sencillo, los videojuegos intentan ser representaciones de una IDEA surgida en la mente de un@ creador@, plasmarlas de la forma más PERFECTA posible. Por tanto, los personajes de videojuegos/animes/cine son recreaciones puramente platónicas que rozan la perfección y atisban nuestra más primitiva llama del deseo. Está claro que la belleza no es algo universal, pero hasta para eso existen cánones generales que encadena la opinión de una mayoría. Hay que entender que, por mucho que a veces intenten representarnos y se acerquen en mayor o menor medida a la realidad total, hay ocasiones en las que se debe comprender que no estamos en el mundo de las ideas, y que aquí la perfección no existe.
Por ello, aquí viene mi pregunta, mi duda existencial del momento en el mundo del videojuego. Con la esperanza de que algún@ filósof@ gurú milagros@ me responda en los comentarios o al menos, consiga a hacer compartir mi reflexión con l@s querid@s lector@s de GameIt, allá va.
¿Qué diantres le pasa a la gente con los pechos?
¿Acaso el hecho de “enseñar carne” es algo malo o perjudicial? Hemos “casi” superado el tema de la violencia explícita, y en muchas ocasiones sin sentido, en títulos con calificación para edades +18 y el absurdo tópico de que el videojuego es algo puramente infantil. Tenemos un Premio Príncipe de Asturias al señor maestro Shigeru Miyamoto. Incluso se han emitido por televisión alguna que otra competición de e-sports como si de un partido de fútbol normal se tratase, ¿por qué tenemos que caer ahora en algo tan absurdo como esto?
Cantidad de críticas a numerosos títulos, personajes, desarrollador@s que han llenado los foros y las redes sociales, grandes revistas cuyos nombres no quiero acordarme llenando el guión de sus informativos con panfletos feministas de filosofía barata similar a la que podríamos encontrarnos escrita en la servilleta de un bar, importantes figuras del sector hablando con desprecio de ciertos asuntos, tanto del ámbito periodístico como del desarrollador, que sí, señor@s, que Jade Raymond habla y sube el pan: «No me gusta la suposición de que todos los que juegan a videojuegos quieren motosierras y chicas en bikini”. ¡Bravo! ¡Plas, plas, plas! La madurez de sus palabras rebosa en cada sílaba.
Todo esto me lleva rondando el cráneo desde la salida de Dead or Alive 5 a consolas de pasada generación, por allá en septiembre de 2012, junto a su continua polémica con graves acusaciones de marcado sexismo en las ideas del desarrollador. Porque a eso es lo que se refería la señorita Raymond con lo de “chicas en bikini”, y es exasperante la falta de visión que puede llegar a tener una de las desarrolladoras más “idealistas” del momento. Este es el tipo de pensamiento que conlleva a la creación de uno de los seres más cansinos e irritantes del planeta, cuya nula capacidad de argumentación lógica lo lleva a causar eternas discusiones por redes sociales y a escribir palabras en mayúscula, un ser que ha surgido del no poder saber lidiar con una frustración con algo más que una pataleta verbal. Sí, querid@s lector@s, estamos hablando de un@ feminazi.
Dead or Alive 5, querida Raymond, no es únicamente la portada de un disco de Justin Bieber en la que hermosas musas de la sexualidad y rebeldes galanes con un par de dosis de winstrol muestran parte de sus bondades para alegrarnos la vista a algun@s. Desde siempre, esta franquicia de fighting games ha hecho gala de una jugabilidad compleja y profunda en todos sus aspectos. La exigencia del control del juego y la elevada curva de dificultad que conlleva saber controlar en gran parte al menos uno de l@s combatientes del juego dan para una cantidad de horas de las que por desgracia no todos disponemos, al igual que usted me imagino, dadas sus declaraciones. Pero claro, esto es solo válido para aquellos seres superficiales que se contentan con mirar la portada y creen con ello formarse una opinión crítica con fundamento. “Estoy cansada de que los juegos nos traten como idiotas”, quizá si durante un segundo dejase a un lado su querido Assassin’s Creed con su dificultad apta para gatitos y tomase el control de una de las “chicas en bikini”, podría sorprenderse.
Pero basta ya de pullas, la cuestión es bastante clara. Como fan incondicional de los juegos de lucha jamás he tenido la sensación de que el rooster de alguno de mis Tekken sea un completo campo de nabos, porque desde siempre ha estado equilibrado en cuestión de géneros. En mi vida he jugado a juegos de lucha tanto con amigos como con amigas, que le han puesto la misma pasión o incluso más, diría yo, sobre todo porque personajes femeninos no faltaron nunca. Lara Croft es uno de mis protagonistas favoritos de los videojuegos en general, pero no únicamente porque esté bien dotada de pechos, sino porque además de haberme acompañado durante mi infancia, la admiraba, la admiro y seguiré admirando esa sensación que transmite de poder, de fuerza. De forma tan intensa como el carisma visual que desprende Nina Williams, o incluso Kasumi.
La belleza no es universal, pero tod@s sabemos que es un arma social muy importante por la que todos nos vemos afectados. Por tanto belleza comparte significado con poder, en cierto sentido. ¿No es eso lo que sus padres diseñadores intentan mostrarnos? Que su personaje es el más poderoso de todos, una chica voluptuosa y rasgos fuertes, al igual que un hombre fornido y de mirada estoica. Soy consciente de la enorme cantidad de personajes grandes y complejos que existen en el mundo de los videojuegos, indiferentemente si son hombres o mujeres, y tengo muy claro que tod@s nosotr@s jugador@s, seamos del sexo que seamos, podemos estar complacidos.
El sexismo es un asunto bastante peliagudo que no debería ni de existir, por el bien de la sociedad. Pero hay veces que somos nosotr@s mism@s los que creamos sexismo simplemente por el hecho de pensar de forma inequívoca y de usar esa palabra. Porque al igual que cuando no sabemos lo que es el dolor hasta que nos pellizcan por vez primera, quizá no haya tanto sexismo como much@s piensan, no hace falta que imaginemos sexismo allá donde no hay. A veces, el constante e injustificado uso de la palabra hace más daño que lo que realmente tenemos delante.
El problema está en la generalización. La inseguridad y el miedo que puede generar este tipo de pensamientos, cuando decimos que el videojuego, que no es más que un mero medio de expresión que parte del puro entretenimiento, debe autocensurarse, nos enfrentamos a la verdadera complicación. La sociedad avanza y a su vez, nosotros, vamos descubriendo juntos nuevos caminos por los que progresar. Intentemos no quedarnos siempre estancad@s en el mismo callejón sin salida.